Agua viva - Clarice Lispector

Ficha técnica

Título: Agua viva Autor/a: Clarice Lispector Editorial: Siruela
Páginas: 114
Año de publicación: 2012
Original: 1973
Traducción de Elena Losada

Sinopsis

¿Dónde están los límites del lenguaje? Agua viva es una vivencia –no una reflexión– sobre esos límites. Para avanzar más allá, en busca de la «entrelínea», la voz femenina que nos habla deberá pedir auxilio a la música y sobre todo a la pintura para acercarse al it, ese punto central de lo vivo que Clarice Lispector persiguió en todas sus obras. Vaga epístola a un destinatario mudo, Agua viva supera en todo momento las fronteras de esa amplia familia de las cartas de desamor a la que en parte pertenece. Más allá de la pasión, el texto apunta –con todas las armas: palabra, color y nota– al centro de la vida y desafía a la muerte con su defensa de la alegría.

Opinión personal

“Estoy tratando con la materia prima. Estoy por detrás de lo que queda detrás del pensamiento. Es inútil querer clasificarme; simplemente no me dejo y me escabullo, tipo a que no me pillas” .

Comienzo este post diciendo que es un libro bellísimo que subrayé hasta la obsesión. Habrá algo de intuición en la elección porque no conseguía concentrarme ni siquiera con cuentos cortos. La cuarentena me obligó, como a muchxs, a cambiar hábitos, incluso de lectura. 

Agua viva es una novela, una especie de híbrido entre narrativa y poesía, de una pintora que le escribe a un viejo amante. Escribe sin dedicatoria, sin intención alguna de hacérselo saber. Se trata de un monólogo interno en el que la narradora se deja atravesar por sus preocupaciones más profundas, sus deseos, al mismo tiempo que explora los misterios de la vida y la muerte.

“Entro lentamente en mi dádiva a mí misma, esplendor dilacerado por el cantar último que parece ser el primero. Entro lentamente en la escritura como he entrado en la pintura. En un mundo enmarañado de lianas, sílabas, madreselvas, colores y palabras, umbral de entrada a la ancestral caverna que es el útero del mundo y del que voy a nacer”.

Se ha caracterizado a este libro, y a los de Clarice en general, de filosófico y no me opongo a la idea, capaz lo hace de un modo más sensible de lo que se espera de ese tipo de reflexiones. Es decir no se arraiga en la razón lógica, sino en lo sensorial, en las percepciones a flor de piel. La subjetividad, el punto de vista, que se construye en el texto  fluye en distintos estados corpóreos. Puede ser una flor, una bestia, un alma en pena. Expone la igualdad material de objetos disímiles; el acto de escribir vendría a voltear todo, a mostrar aquello oculto debajo de la superficie, la esencia. En una entrevista Clarice dice: “Yo creo que los objetos tienen un ‘áurea’ como las personas”.

El libro funciona como un registro del viaje místico espiritual de esta narradora que busca llegar a la pulpa misma de la vida. En la verborragia se saborea las capacidades de las palabras, los significados y matices que se construyen de soslayo. Por eso recomiendo leer en voz alta algunos fragmentos para dar cuenta del ritmo y musicalidad y no ahogarse en ese mar de tinta a veces muy intenso.

“Todo aprieta, el cuerpo exige, el espíritu no para, vivir parece tener sueño y no poder dormir, vivir es incómodo.”

Creo también que la clave para leer y disfrutar de esta lectura es no pedirle una trama que no pretende tener, sumergirse en el misterio de la escritura, caer irremediablemente en las redes.

*La entrevista que cité está en la edición del "El via cruxis del cuerpo" de la misma autora, editado por Corregidor editores. El entrevistador es Raúl Vera Ocampo.




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