Cuando me muera quiero que me toquen cumbia | Cristian Alarcón

Ficha técnica

Título: Cuando me muera quiero que me toquen cumbia.
Autor: Cristian Alarcón.
Editorial: Aguilar.
Formato: Tapa blanda.
Páginas: 193.

Sinopsis

"Su hijo está muerto. Ahí está, no lo toque". En el piso de tierra yacía Víctor, con la frente ancha y limpia que le dio sobrenombre, sobre un charco de sangre, bajo la mesa donde escribían el parte oficial de su muerte.

El 6 de febrero de 1999, la muerte de un pibe chorro, el Frente Vital, acribillado por la policía, elevó a la categoría de mito a esa especie de Robin Hood de la villa que repartía entre los vecinos lo que robaba, y dio origen al santo capaz de obrar milagros como el de cambiar el destino de las balas policiales.

Cristian Alarcón se sumergió en esa realidad tan cercana como extraña para muchos y compuso este relato formidable de los cruces y vínculos entre la violencia uniformada y la de jogging y zapatillas, la transa y el robo, la solidaridad y la traición.



Opinión personal

Cuando me muera quiero que me toquen cumbia es una novela de no ficción publicada en el año 2003. En el contexto de la oleada de miseria con que arrasó el menemismo en la década del 90, el texto se construye sobre un trabajo de investigación periodística por parte de Cristian Alarcón; más precisamente, un trabajo de inmersión, de campo, casi etnográfico, al sumergirse "en otro tipo de lenguaje y de tiempo, en otra manera de sobrevivir y de vivir hasta la propia muerte" (14), pretendiendo desocultar así ciertas zonas opacas de nuestra sociedad. De este modo, Cuando me muera busca reconstruir la memoria de la Villa San Francisco, ubicada en San Fernando, particularizando y deshomogeneizando el mundo tumbero frente a los ojos de la clase media, un panorama complejo de rivalidades estructurales entre los pibes chorros y los transas, protegidos por la policía.

El disparador de la investigación es el asesinato de un ídolo villero, el "Frente" Vital, en 1999 a manos del aparato policial. Él será el nodo central de la historia, desencadenando una ramificación arbórea de múltiples relatos que conforman una red de personajes interconectados entre sí (familiares del Frente, amigxs, novias, compinches del delito, vecinos, buchones, dealers, líderes espirituales). La figura del Frente Vital está construida heroicamente a partir de una épica colectiva, atravesada por creencias y rituales de adoración populares (similar al fenómeno que se da en torno al Gauchito Gil) que ensalzan su imagen como el Robin Hood de la San Francisco:

"Una salva caótica de balas hacia el cielo despidió a Víctor Manuel Vital, el Frente. Y esos disparos comenzaron a transformar su muerte en una consagración; su ausencia, en una posible salvación" (37).

Alarcón hablará de cierta mitología del Frente, que se debería a la generosidad con sus vecinos, la enemistad intransigente con la policía y la garantía de preservación de un orden de valores y códigos al interior de la villa, ajenos a la realidad externa.

De este modo, la trama se irá tejiendo a partir de la información recopilada en las entrevistas orales de los protagonistas de esta historia, que rondan zumbantes en torno a ciertas temáticas fundamentales: la muerte, el delito, la venganza, la violencia, la traición, el paganismo, la miseria, la fiesta. Ya desde el título mismo notamos la centralidad que asume la inminencia de la muerte y a lo largo de los múltiples relatos encontraremos este aspecto reafirmado constantemente, de la mano con cierta resignación frente a esta realidad predestinada. Refiriéndose al cementerio, uno de los chicos dice:

"Acá vamos a terminar todos. Acá cuando vengo no paro de visitar pibes. Y siempre pienso: ¿dónde será que me va tocar a mí?" (115).

Al ritmo de la cumbia villera, una multiplicidad de narraciones épicas y sacrificiales se erigen entonces sobre un sustrato trágico-melodramático, signado por una fuerte carga emocional, pero a su vez complejizado a partir de una lectura política de la situación: la completa ausencia del estado como garante de paz, únicamente presente para una represión que genera más violencia, tendrá como contraparte el surgimiento de un sistema otro de regulación de las relaciones, como ya hemos mencionado. Aquí es cuando aparece el delito como única salida de escape:

"ingresaron, casi sin preámbulos, al asalto a mano armada, que les daría dinero como para vivir ellos también, a su manera, la fiesta que los sectores más acomodados disfrutaban a pleno con el gobierno de la corrupción, el tráfico y el robo a gran escala" (91).

En estos mismos términos también lo expresa Roberto Sánchez, uno de los habitantes de la San Francisco:

“Creo que en todo esto tuvo mucho que ver la desocupación, las malas compañías, la falta de afecto, la miseria que existe en los barrios marginales y sobre todo algo que está destruyendo a una gran parte de nuestra sociedad que es la droga" (134).

Ahora bien, la escritura es una tarea asumida por una fuerte primera persona, el periodista investigador, que tematiza su propia experiencia con la cultura tumbera y rompe así con la idea de imparcialidad periodística. Por otra parte, la decisión narrativa se basa en una fundamental distancia de clase entre el yo entrevistador y lx otrx entrevistadx, dando como resultado un tono propio del "extrañamiento del foráneo". Esta primera persona de la escritura entonces actuará como mediadora entre el universo tumbero y el lector burgués, a quien se pretende dejar tranquilo e impoluto en la comodidad de su hogar.

Quizá uno de los aspectos más chocantes del texto (además de la reverberación incesante de la violencia) es cierta espectacularización de la villa, cuya cotidianidad se exhibe —como en una puesta en escena— a partir de la fascinación ante la diferencia y la otredad. Hallamos un lenguaje cargado de conmiseración y de pena frente a la realidad precaria del barrio, profundamente atravesado por juicios de valor y sentimentalismo, y al mismo tiempo localizamos un continuo y detallado trabajo de traducción y decodificación de la jerga villera para el público clasemediero.

Retratando la marginalidad de los suburbios bonaerenses que dejó el paso nefasto del menemismo, Cuando me muera quiero que me toquen cumbia nos lleva por los largos pasillos de la villa, en los que se amontonan los ranchos precarios, para introducirnos en la cultura tumbera, sus creencias paganas, sus códigos, su lenguaje; una realidad con un orden propio cuyos protagonistas son retratados a partir de un brutal y emotivo primer plano.



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