Glosa | Juan José Saer

Ficha técnica

Título: Glosa.
Autor: Juan José Saer.
Editorial: Octaedro.
Formato: Tapa blanda.
Año de edición: 2003.
Páginas: 206.

Sinopsis

Dos personajes van caminando por la avenida principal de Sante Fe en el año de 1961. Ellos son Leto y el Matemático. Tras el cumpleaños del mítico Washington Noriega, ellos, que no asistieron, tratan de reconstruir a partir de la propia memoria y las anécdotas contadas por los asistentes las motivaciones reales de todos los episodios de la fieta que hoy ya son leyenda.


Opinión personal

Hoy vamos a hablar de uno de los escritores más influyentes e interesantes de la tradición literaria argentina: Juan José Saer. Para él, todo es una cuestión de lenguaje, la literatura no es más que digresión. Su escritura está enmarcada en la crisis del modelo de representación realista, que ha dejado fuertes huellas en la compleja y brillante novela que estamos a punto de abordar, Glosa (1986).

La obra se construye a partir de la constatación de la imposibilidad de representación objetiva y total de la realidad y el intento de demostrar que las aristas de “lo real” son tantas que ningún discurso podría abarcar todas. De allí, la aspiración a una narración infinita, perceptible en las múltiples digresiones por las que el relato nos conduce mediante diversos procedimientos.

Uno de ellos es la pausa descriptiva, es decir, no ya la narración de una secuencia concreta de acciones, sino la descripción minuciosa tanto del entorno como del mundo interno de los personajes a partir de la percepción y del flujo incesante de la conciencia. En este punto, la poética saeriana se toca con el Ulises de James Joyce debido al abismo cuantitativo que yace entre la brevedad de la historia (el encuentro entre Leto y el Matemático y su caminata conjunta de 50 minutos durante 21 cuadras), y la proliferación exacerbada que conlleva la inmersión en el espacio y tiempo psicológico de los personajes. Este contraste entre una trama pobre y la densidad descriptivo-discursiva que satura el texto se apoya en un sistema sensorial, cuasi impresionista, de olores, sonidos, texturas, sabores, colores, temperaturas, luminosidad, que permite dibujar el espacio de la ciudad y de la interioridad tal como lo perciben los personajes.

“deja atrás la calle, y subiendo a la plaza, y siempre en diagonal, se aleja de la esquina por el sendero rojo, de ladrillo molido, entre los canteros verdes de los que se yerguen, resaltando contra el cielo azul, sin una sola nube, y en un paisaje de edificios públicos de una cuadra de largo y tres o cuatro pisos de altura, naranjos amargos, gomeros, palos borrachos y palmeras” (191).

Incluso las acciones propiamente dichas, aquellas que implican movimiento físico, son desmontadas, desmenuzadas y analizadas en sus más mínimos y elementales rasgos; por ejemplo, el simple hecho de cruzar la calle:

“Un auto lento los intercepta y, como frena en la bocacalle, lo sortean por delante, los dos al mismo tiempo, sin detenerse ni variar el paso, sin ni siquiera mirarlo, como dos robots al que un dispositivo electrónico preprogramado hiciera esquivar automáticamente los obstáculos; y cuando están llegando a la vereda de enfrente, los dos pliegan, simultáneos, la pierna izquierda, y la elevan por encima del cordón” (73).

Además del aspecto descriptivo, la obra incorpora el recurso a la repetición. Por ende, el relato se dilata tanto con los puntillosos y copiosos detalles perceptivos como con la reaparición de ciertos hechos o frases desde distintos puntos de vista.

Para provocar un efecto digresivo, Saer rompe y juega con la linealidad del orden temporal a partir de analepsis y prolepsis. Con los saltos hacia atrás, el narrador sigue dando rienda suelta al pensamiento desenfrenado de los personajes (regido por un tiempo psicológico e interno), quienes buscan recuerdos en su memoria en los que se sumergen profundamente, causando un retraimiento hacia el pasado. Así, el Matemático y Leto se ven sumidos “cada uno en sus propios pensamientos como en una ciénaga interna que contrasta con el exterior luminoso, de las que les estuviese costando un esfuerzo indescriptible emerger” (16). En paralelo, las prolepsis o saltos hacia adelante no están ligados ya a la subjetividad de los protagonistas, sino que los ejecuta el narrador extradiegético en relación al futuro de estos personajes.

Al basarse en la reconstrucción de lo que habría sucedido en el cumpleaños de Washington Noriega (al cual ni Leto ni el Matemático pudieron asistir) y recurrir al discurso referido, Glosa remite a El banquete de Platón. Hallamos una serie de “digresiones reflexivas” que desencadenan la construcción de un tiempo conjetural: las versiones de "lo real", sobre las que los personajes glosan, y el intento de reproducción de lo que aconteció efectivamente en aquella fiesta, cuyo resultado no son más que interpretaciones subjetivas, parciales e hipotéticas.

Ahora bien, este entramado de procedimientos es trabajado, pulido y acabado formalmente a partir del encabalgamiento sintáctico. Mediante el encadenamiento desaforado de giros verbales y frases nominales, interrogaciones, abundantes adjetivos y reformulaciones, extensas enumeraciones, y una puntuación en la que las comas son predominantes, la narración se torna caóticamente fluida y se acopla al resto de las técnicas para lograr el efecto de discurso (casi) infinito que busca Saer. Gracias a este aspecto, encontramos una sucesión de magníficos pasajes, desafiantes para la lectura, tales como el siguiente:

“Desde bien temprano, las cosas naufragan en ella —o la Cosa, más bien, el universo, ¿no?, que puede ser también, y si se quiere, otra manera de llamar a eso, lo que está o acaece o en lo que se está y se acaece, o ambas cosas a la vez, como si se fuese pasando por zonas, por regiones, inerme y ciego, ente únicamente, ni individuo, ni carácter, ni persona, como dicen, problemático, y mortal sobre todo, chapoteando en lo empírico hasta que sobreviene, inconcebible, el apagón” (89).

En conclusión, en Glosa pasado, presente y futuro coexisten en un mismo plano. La linealidad del relato tradicional es bombardeada y se cae a pedazos frente al avance irrefrenable de la voz de un narrador desbocado que teje un discurso indómito y caótico, rítmico y proliferante, irónico y descolocante, cuyo ideal teórico es la palabra infinita. La escritura saeriana nos pone en contacto con una literatura plenamente consciente de sí misma, un metalenguaje que se autoboicotea y pone en jaque toda la mochila de preconceptos con que cargamos sobre el mundo de las letras. Sin lugar a dudas, un desafío arduo para lxs lectorxs; pero para aquellxs valientxs que se atreven, déjenme decirles que lo movilizador de esta experiencia exquisita y subversiva vale la pena.

Sugerencia. Si te interesa el libro y querés profundizar un poquito más, te recomiendo fuertemente que escuches la entrevista a Martín Kohan en el podcast "Pila de libros" de Congo FM (episodios 6 y 7 de la temporada 1), disponible en Spotify.



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