Por qué volvías cada verano | Belén López Peiró

Ficha técnica

Título: Por qué volvías cada verano.
Autora: Belén López Peiró.
Editorial: Madreselva.
Formato: Tapa blanda.
Páginas: 124.

Sinopsis

Hay libros que son hechos. Este es uno: se puede leer como una novela, como una denuncia, como la propia construcción. Porque es todo eso: una novela polifónica, el relato de un abuso padecido en la adolescencia en manos de un hombre armado, un tío poderoso, el macho de la familia y del pueblo. Y un hecho: acá está la mujer que fue la nena que ese tipo quiso romper para su uso personal. Y está toda entera, fuerte, hablando de lo que da tanta vergüenza hablar. Escribiendo contra todos los que intentaron callarla. Contra sí misma, incluso, a veces. Este libro es una batalla: la que ganó Belén López Peiró iniciando un juicio, buscando asesoramiento legal en un sistema que no se la prodiga a las víctimas, contándole a todos sus parientes y vecinos, obligándolos a ver lo que no querían ver. Y escribiendo, haciendo de su propia experiencia una obra exquisita, una intervención política poderosa. Y muy necesaria. Gracias, Belén, por todo el coraje y toda la fuerza y toda la belleza de este Por qué volvías cada verano.

Gabriela Cabezón Cámara


Opinión personal

“Y, decime, ¿qué se siente ser abusada?”. Este sintagma terrible mancha la última página que cierra Por qué volvías cada verano de Belén López Peiró. Su eco siniestro queda reverberando en el aire y nos sigue, acechante, como una sombra.

En este libro que problematiza y escapa a la clasificación genérica (¿se trata de un relato testimonial, de una denuncia, de un texto biográfico, de una novela?, ¿quizás de todo a la vez?), nos encontramos con una concepción de la escritura como potente máquina de intervención en la realidad: López Peiró verbaliza las escenas de abuso que ha sufrido por parte de su tío, valiéndose de la palabra como arma frente a la violencia del silencio.

Poniendo en escena múltiples voces sin nombre y materiales diversos (denuncias, pericias psicológicas, transcripciones de diálogos, declaraciones testimoniales, documentos jurídicos, monólogos internos), Por qué volvías cada verano logra esbozar el entramado complejo que rodea a cualquier situación de violencia sexual. En este caso, tantísimo más complejo porque: a) se tiene el coraje suficiente para denunciar y exponer al agresor, b) se trata de abuso intrafamiliar, tabú lacerante y ataque directo contra la imagen de familia burguesa, c) el culpable es una figura de poder público, miembro de la policía, líder de pueblo, macho de familia, fiel concurrente a la misa dominical.

Al mismo tiempo, encontramos una constante reflexión respecto al peso que adquiere el lenguaje cuando se intenta nombrar y racionalizar aquello que parece inconcebible:

“Llamarlas víctimas es volver a garcharlas otra vez. Y otra vez. Es convencerlas de que les cagaron la vida, de que su historia empieza y termina ahí, con el tipo adentro. Les hacen creer que son a partir de él, que su identidad se construye a partir de la violación, que sus derechos fueron vulnerados y que ya nadie les va a garantizar que no se las vuelvan a cojer. Las convencen de resguardarse puertas adentro, de cerrar las piernas, de que son responsables y por eso merecen su propio castigo. Sí. Porque primero son víctimas de él y después de ellas mismas” (91).

De este modo, no sólo se cuestionan las categorizaciones y denominaciones que recaen sobre las mujeres abusadas y las arrinconan en un callejón sin salida, sino que también se propone una construcción identitaria que pueda librarse del pesado yunque de la violación, una subjetividad que no se defina ya a partir del trauma. Sumado a esto, López Peiró tematiza la culpa que carcome el cuerpo que ha sido abusado (que se percibe como una jaula de la que se quiere pero no se puede huir), el descuartizamiento, el despojo, el sentimiento de devenir desecho:

“Porque sos la única que no perdonás: no te perdonás haberlo dejado, no te perdonás ser quien sos, no te perdonás querer ser otra persona. Aunque te rasguñes, aunque te lastimes, aunque te prendas fuego, siempre vas a estar adentro de este cuerpo” (12).

Así como se pone en cuestión la noción de “víctimas”, también se repiensan las contradicciones y aristas espinosas que implica el término “abusador”:

“Hasta cuando les ponen nombre te cojen. Llamarlos a ellos abusadores es hacerles un favor. Es reducir su locura, su perversión, a una minúscula muestra de negligencia. Es ponerles una etiqueta presentable a psicópatas que no sólo se cojen a pibas por la fuerza o las desvirgan con sus dedos hasta sangrar, sino que también las golpean y les dan masa hasta volverlas polvo” (106).

Un lenguaje que descoloca y conmociona de un cachetazo, una narrativa furiosamente verborrágica y difícil de digerir, líneas de potente denuncia que nos obligan a frenar constantemente la lectura ante el horror y la impotencia. La fuerza intempestiva que brota de las páginas de Por qué volvías cada verano interviene directamente en la realidad; nos obliga como lectorxs a actuar y tener presente que, frente a las tiránicas situaciones a las que nos somete este sistema machista, patriarcal y heteronormativo, sólo si batallamos será justicia.



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