Hojas de hierba | Walt Whitman

Ficha técnica

Título: Hojas de hierba.
Autor: Walt Whitman.
Editorial: Ediciones Nuevo siglo.
Formato: Tapa blanda.
Año de edición: 1995.
Páginas: 126.

Sinopsis

Diez ediciones de Hojas de hierba vieron la luz en vida de Whitman. Su lirismo amplio, violento, antilibresco, representa no sólo un momento de la sensibilidad americana, sino también, una de las definiciones más perdurables de esta sensibilidad. La pasión de la Naturaleza y de la libertad humana, el culto religioso del trabajo manual, estallando en himnos a todos los oficios, la apoteosis del sensualismo profundo y de la belleza, centellean en sus poemas. Alguien escribió que sólo Nietzsche en el poema Los siete sellos, alcanza la altura y el vuelo lírico de este poeta. Ejerció notable influencia en Martí, Darío, García Lorca, Unamuno, León Felipe, etc. Dice José Martí: “Alaridos proféticos: Eso es su poesía”.


Opinión personal

Si nos propusiéramos confeccionar un listado básico de recomendaciones para quien pretenda iniciarse en el mundo de la literatura estadounidense, ciertos nombres emergen indefectiblemente: Melville, Poe, Mark Twain, Emerson, Hemingway... y el poeta del que hablaremos hoy. Considerado como el padre del verso libre, figura sumamente central para el modernismo latinoamericano, Walt Whitman ha propuesto y sostenido un cruce feroz entre la poesía y la vida intensa, llena hasta desbordar y diversa. Su obra maestra Hojas de hierba, poemario que comienza escribir a principios de 1850 y que continuará editando y revisando hasta su muerte en 1892, podría pensarse como un canto de imágenes de melancólico ritmo, una épica americana de música salvaje y sinestésica.

Para lograr una comprensión más profunda de esta pieza clásica de la literatura universal, debemos reponer un poco de su contexto. El ritmo del siglo XIX en Estados Unidos se vuelve vertiginoso debido a un avance acelerado de la modernización, urbanización e industrialización. Frente a este desarrollo exacerbado de la metrópoli, surgió una corriente de pensamiento que rechazó la tendencia hacia la deshumanización, la desconexión con la naturaleza, el consumismo y la devaluación espiritual: el trascendentalismo. Aquí, entre esta serie de personas entregadas a una vida contemplativa, en estrecho vínculo con la naturaleza y la espiritualidad, ajenas a los deseos materialistas del incipiente capitalismo, es donde debemos ubicar y entender la poesía de Walt Whitman.

Esta filosofía de vida y línea de pensamiento es el hilo conductor que vertebra Hojas de hierba, de la cual nos interesaría abordar algunos de sus aspectos principales presentes en “Canto de la vía pública” y “Del canto de mí mismo”, dos poemas centrales que operan casi a modo de manifiesto.

En principio, es interesante notar el modo en que, a lo largo de todo el libro, se construye una imagen personal del autor a partir de la fuerte presencia de un yo poético que no teme en afirmarse valiéndose del uso de la primera persona (e incluso, del nombre propio):

“Yo soy Walt Whitman, un cosmos, un hijo de Manhattan, / Turbulento, carnívoro, sensual, que come, que bebe, que procrea. / (No un sentimental, no uno de esos seres que se creen por encima de los hombres y de las mujeres, o apartado de ellos)” (95).

Sin embargo, esta autorreferencialidad se ve complejizada a partir de la incorporación y fusión de la propia palabra con la voz de otros, una polifonía de múltiples voces que no distingue entre vencedores y vencidos. Tanto en “Canto de la vía pública” como en “Del canto de mí mismo” encontraremos este prisma multitudinario: prisioneros, esclavos, decrépitos, corrompidos, ineptos, imbéciles, despreciados, humildes, enfermos, analfabetos, mendigos, ebrios, obreros, adolescentes, migrantes, las voces prohibidas e indecentes. Todos son bienvenidos.

“Puedo repetir sin cesar a los hombres y a las mujeres: / Me habéis hecho tanto bien, que querría devolveros otro tanto; / Quiero absorber fuerzas nuevas a lo largo de la ruta para mí y para vosotros, / Quiero, a lo largo de mi ruta, dar lo mejor de mí a las mujeres y a los hombres” (17).

Como vemos, la escritura está movida por un impulso filantrópico que se conecta con otros de los puntos fundamentales que hacen de Hojas de hierba una obra exquisita e inconfundible: una concepción profundamente democrática y anti-institucional del mundo guiada por la triada libertad-fraternidad-igualdad. Frente al avance inminente de la instauración del modo de vida burgués, capitalista y sedentario (característico de las ciudades), se nos propone una vuelta a los orígenes, al contacto íntimo con la naturaleza. Detengámonos un momento en la descripción maravillosa que nos ofrece Whitman de los valores animales:

“No se amargan ni se lamentan por su destino, / No permanecen despiertos en las tinieblas llorando sus pecados, / No se descorazonan con disputas acerca de sus deberes para con Dios, / Ninguno se muestra descontento, la manía de poseer no los enloquece, / Ninguno se arrodilla ante otro ni ante alguno de sus congéneres muerto hace millares de años, / Ninguno de ellos vive con respetabilidad, ninguno exhibe su infortunio a la curiosidad del mundo” (99).

Ensalzando un retorno a lo natural y primitivo, se critica incisivamente tanto la alienante rutina como la moral hipócrita de la nueva clase burguesa. Como alternativa a la inanición y pasividad, entonces, aparece el nomadismo antimaterialista y trashumante, una migración constante a través de la universalidad de rutas con un anclaje absoluto en el presente, el aventurarse into the wild hacia paisajes desconocidos, permitiendo la creación de una comunidad de individuos superiores (sanos, puros, viriles, conquistadores) que vivan en compañía de la tierra, guiados por una fuerza y voluntad que rechazan autoridades (muy próximo a la idea de “superhombre” de Nietzsche). Sólo la experiencia en carne propia permitiría alcanzar esta potencia primigenia:

“Yo no quiero que continuéis recibiendo las cosas de segunda o de tercera mano, ni que miréis con los ojos de los muertos, ni que os nutráis con los espectros que yace entre las hojas de los libros, / Tampoco quiero que miréis con mis ojos ni que recibáis las cosas como dádivas mías, / Quiero que abráis los oídos a todas las voces, que os impresione por su propia virtud y según vuestra naturaleza” (79).

Nuevamente, frente al mandato y la imposición de un deber ser (ya sea político, religioso, escolar o cientificista), debe elevarse un Nuevo Mundo de hombres y mujeres libres, rebeldes, insurrectos, con alta estima de sí mismos, que tomen como modelo a seguir a la Naturaleza. De esta manera, Whitman configura una identidad y un imaginario estadounidenses muy particulares, cuyo principio básico consiste en «resiste mucho, obedece poco»:

“A partir de ahora me liberto de los límites y de las reglas imaginarias. / Iré donde me plazca, seré mi señor total y absoluto. / Escucharé a los otros, examinaré atentamente lo que dicen. / Me detendré, escrutaré, aceptaré, meditaré. / Y suavemente con una irresistible voluntad, me sustraeré a los compromisos que quisieran detenerme” (17).

Esta experimentación vitalista que proponen los versos de Hojas de hierba, por otra parte, escapa por completo a la lógica predominante de la época: en oposición al positivismo, encontramos una reivindicación de la irracionalidad como norte de brújula, que alcanzará su máxima expresión con la configuración de una erótica desenfrenada. Definiéndose a sí mismo como poeta del cuerpo y del alma, Whitman tematiza la sexualidad mediante un canto fálico a la fertilidad, el goce, el éxtasis arrebatado, el desfallecimiento y la plenitud eyaculatoria, situando a la corporalidad en un plano divino y sacralizado (que irónicamente vuelve a poner en cuestión a las instituciones):

“Creo en la carne y en sus apetitos. / Ver, oír, tocar, son milagros; cada partícula de mi ser es un milagro. / Tanto por fuera como por dentro soy divino, / Santifico lo que toco, y cuanto me toca, / El olor de mis axilas es más puro que la plegaria, / Mi cabeza es más que las iglesias, las biblias y los credos” (97).

Con un lirismo profético y sensual y una musicalidad inigualable, los versos irreverentes de Hojas de hierba nos llevan a un estado delirante y místico de desenfreno extático, que ponen en discusión las costumbres burguesas y la razón positivista, invitando a abandonarnos frenéticamente a nuestros impulsos, retornando a una unión primigenia con la tierra y sosteniendo un verdadero vínculo fraternal y democrático entre todos los seres humanos.

Recomendación. Para incrementar el efecto hechizante y alucinatorio de la experiencia de lectura de este poemario, sugeriría escuchar paralelamente la discografía de Lana del Rey; en especial la canción “Ride”, que complementa a la perfección tanto musical como temáticamente esta atmósfera libre de la sensibilidad estadounidense que representan los cantos de Whitman.



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