El artista más grande del mundo | Juan José Becerra

Ficha técnica

Título: El artista más grande del mundo.
Autor: Juan José Becerra.
Editorial: Seix Barral.
Formato: Tapa blanda.
Año de edición: 2017.
Páginas: 294.

Sinopsis

El artista más grande el mundo existe. Se llama Esteban Krause y los noticieros internacionales, las grandes marcas, la crítica especializada, las mujeres, los marchands y el público se rinden ante él. Sus obras tienen las dimensiones y la inventiva que sólo pueden surgir de la cabeza de un genio. Pero hay un problema: Krause desconfía de las causas que lo convirtieron en una de las personas más ricas y poderosas del planeta.

¿Quién será capaz de contar la historia íntima, llena de proezas y secretos oscuros de un ídolo que causa a un tiempo reverencia y temor? Sólo Alejandro Del Valle, el escritor que habla. Del Valle es un viejo amigo de Krause, al que un dolor crónico obliga a practicar una forma de la literatura que lo aleja del antiguo y cada vez más decadente oficio de escribir.

En El artista más grande del mundo, Krause y Del Valle van y vienen de las montañas del Penedés al exclusivo Barrio Parque, codician a la mujer ajena, pelean con el pensamiento y tratan de darle al hastío de la vida una forma artística. Entre fiestas orgiásticas y muestras delirantes, esta nueva novela de Juan José Becerra despliega una trama vertiginosa, hilarante, por momentos revulsiva, en torno del arte actual como objeto de consumo y como una especie de locura.


Opinión personal

Cuando nos asomamos al universo artístico contemporáneo, hay una pregunta central, incómoda y difícil de responder, que no deja de asediarnos: ¿qué es arte hoy?, ¿en qué condiciones se puede hablar de arte hoy? Interrogante que brota a partir de 1917 con La fuente de Marcel Duchamp (luego con el arte pop y el conceptualismo de los ‘60), al producirse una apertura de las posibilidades de creación del artista gracias al principio de que “cualquier cosa podría ser obra”.

Pero si hoy en día la obra de arte no se diferencia visualmente de cualquier objeto cotidiano, ¿qué otro valor puede tener sino la firma que lo sustenta? El carácter estético de los objetos artísticos recae entonces en el dedo seleccionador del sujeto artista, su decisión del recorte y su relato legitimador.

Sobre estas cuestiones discurrirá El artista más grande del mundo. La novela de Becerra, publicada en 2017, consiste en la narración del escritor “mediocre” Alejandro Del Valle (quien, por un dolor físico, no escribe, sino que habla, dirigiéndose a una máquina encargada de transcribir este material oral) sobre la vida y obra del “exitoso” escultor megalómano Esteban Krause.

El centro de la trama gira en torno a las hazañas del gran Krause; este escultor encarna la figura de un artista genial que no cesa de innovar con sus excéntricas y delirantes propuestas conceptuales: un incendio de agua, el simulacro de la muerte de su pareja Greta (personaje continuamente sexualizado y objetualizado), la destrucción documentada de doce millones de dólares en Vimeo, una réplica del sol. Como el concepto es lo que pone a funcionar el aparato artístico, el artista asume un rol de dios creador.

En contraposición con su amigo escritor, la figura de Krause como excepcionalidad se erige a partir de la autoexposición, lo que Boris Groys denomina “diseño de sí”, esto es, la documentación de la propia vida, desnuda ante la mirada del otro, volviéndose el cuerpo del artista también (parte de la) obra: “no importaba qué dijera. Cualquier frase [...] despertaba de inmediato la aprobación general” (115). Con esta construcción del mito personal, Krause ingresa en el mercado como una marca a consumir, y a la vez se genera un empoderamiento de su propia figura que fascina al público con su prestigio y genialidad, instituyendo cualquiera de sus actos en obra, cuestionando los límites entre arte y vida.

En El artista más grande del mundo, también hay lugar para el debate respecto a la posición de la literatura y del escritor en el presente. Al respecto, Juan José Becerra declaró lo siguiente en una entrevista para Infobae:

“Hay una fuerza en el momento de escribir que nos empuja a reconocer que aquello que escribimos es insuficiente. [...] En ese vértigo uno empieza a ser consciente del fracaso de la literatura, de que no se puede ir muy lejos”.

La práctica literaria queda del bando de “los perdedores”, como aquella disciplina que, al ser abordada por el escritor, impone tensiones y los límites propios de su material, el lenguaje. Así, en la literatura, el sujeto se choca con la complejidad hermética de la lengua, sabiendo desde un principio que no conseguirá un reconocimiento o legitimidad similar al del artista plástico, aspecto que se problematiza en la novela:

“Por primera vez me pregunté qué sentido tenía haber entregado mi vida a la literatura, [...] si nada de lo que haga tendrá la trascendencia de cualquier hecho insignificante protagonizado por Krause” (113).

Sumado a este “fracaso” del escritor, en El artista más grande del mundo, Krause augura una pérdida de futuro para la literatura, en contraposición con las artes pictóricas y visuales, ya que esta

“te pide un tiempo que no se puede dar: ya no. [...] La escultura y la pintura demandan un instante de contemplación [...]. Pero la literatura se mete con la vida [...]. Es una relación que hay que asumir. [...] nadie quiere hacer esa inversión” (196).

Sin embargo, la cuestión no es tan sencilla. “No puedo dejar de verlo como un artista de la literatura [...]. De hecho, muchas de sus obras son materialmente irrealizables. [...] encapsula el poder del arte contemporáneo, donde la idea siempre tiene una fuerza más poderosa que la realización”, comenta Becerra para Revista Ñ, refiriéndose al protagonista de su novela. En la misma entrevista, agrega: “Krause ve que no es mucho lo que se puede hacer con el arte. ¿Cuál es su aporte, salvo su riqueza y su consagración?”. Es decir, con el ensalzamiento desmesurado del genio creador, con la distinción entre un objeto artístico y uno cotidiano basada en la firma, ¿se puede hablar verdaderamente de un “éxito” de las artes visuales? A partir de la “paradoja del escultor”, este interrogante acecha a Krause, quien nota que la desmaterialización del objeto propuesta por el arte conceptual no hace más que acercar sus obras escultóricas a la ausencia material propia de la literatura. Su amigo Del Valle reflexiona este punto asumiendo y defendiendo el espacio que le corresponde a la práctica literaria en la actualidad:

“No necesito «escribir» una sola palabra para que mi escritura se materialice en el aire. No necesito una materia, como ustedes los escultores. [...] ¿por qué hiciste esculturas de agua y de fuego sino porque tu arte añora la materia inconsistente con la que la literatura «se hace»?” (149).

Con un estilo único, El artista más grande del mundo nos invita a reflexionar sobre qué nos permite nombrar algo como arte o no-arte cuando el objeto artístico ha sido desplazado fuera de los márgenes de los criterios estéticos tradicionales, mostrando que la expansión de las fronteras de aquello que puede llamarse obra es tal que fagocita en este proceso al propio productor, desdibujando los límites entre sujeto, objeto, cuerpo y obra. Tanto desde la trama como desde su forma, esta extravagante novela nos hace chocar, entonces, con lo propio de nuestra contemporaneidad pictórica, escultórica, literaria: la duda balbuceante, la incertidumbre titubeante, la inestabilidad vacilante.



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