Celebrar a la mujer como a una pascua | Tununa Mercado

Ficha técnica

Título: Celebrar a la mujer como a una pascua.
Autora: Tununa Mercado.
Editorial: Jorge Álvarez.
Formato: Tapa blanda.

Sinopsis

La atmósfera enrarecida de estos cuentos de Tununa Mercado no se produce simplemente como resultado de una acumulación de efectos verbales, virtuosos. Las imágenes atentan más bien contra la homogeneidad del lenguaje en la medida en que el lenguaje solidifica relaciones, es decir, en el sistema de Tununa Mercado, realidades. Hay voces detrás de las relaciones, una especie de ronroneo que descarna la normalidad o la anormalidad con la misma rigurosa y apasionada prescindencia. Esas voces son las que los personajes mismos emiten pero que quisieran sofrenar. En ese juego reside su gloria y su espanto; no voces fantásticas que hablan por boca de uno sino las que están en nosotros mismos y nos conducen al centro de nuestros conflictos. Por eso, estos cuentos de Tununa no tienen nada de fantásticos; constituyen tan sólo un atentado contra la realidad mentida y trivial.


Opinión personal

Celebrar a la mujer como una pascua es un conjunto de relatos de Tununa Mercado, que ya desde su título nos lleva a toparnos con la extrañeza y un trabajo lúdico con el lenguaje. Estos cuentos, que conforman una suerte de bestiario, están fuertemente marcados por el deseo y la experiencia sensorial como parte de una racionalidad alternativa a la cartesiana, donde lo principal es el pensamiento analítico. Esta lógica disidente acompaña la construcción de los personajes femeninos, y en relación con esto, es interesante la propia concepción de la autora sobre la escritura que, en su mismo devenir, constituye subjetividades que en mínimos deslices se develan femeninas:

“Algunos dicen, con palabras prestigiosas, que el sujeto de la escritura es andrógino; yo creo que es así, pero prefiero imaginar ese andrógino como alguien cuyos caracteres femeninos permanentemente lo traicionan; como andrógino quiere vendar sus pechos, pero éstos delatan su volumen a través de la ropa, se sujeta los cabellos, pero éstos se le sueltan irredentos. En otras palabras, ese andrógino que escribe es una mujer, o vuelve a ser mujer, plenamente, cuando ha transgredido el cuerpo de su propio género, cuando ningún carácter secundario la delata, la oprime o la obliga a ocultarlo, sólo cuando reside en la escritura y, por consecuencia, cuando la escritura es”.

Los personajes femeninos son el centro de los cuentos y se mueven mecánicamente en ambientes viciados y sofocantes. En el primero de ellos, “Gloria de amor”, una madre que no se reconoce como tal debe ocuparse de las tareas del hogar, el cuidado del “chico” y la complacencia de “su maridito” fatigado, en un contexto configurado por el silencio asfixiante y una multiplicidad de olores, sensaciones y sabores, acentuado con el final desorientador del relato:

“Raúl se posó sobre mí como un tábano, todavía me late su mordedura caliente. Empiezo a tirar de mis pellejos. [...] Acumulo los montoncitos de carne sobre la mesa de luz. [...] Cuando Raúl aparece pasadas las once y media me encuentra ya con la pinza en las manos sobre el fuego, pescando uno a uno los pedacitos de carne. El olor es fuerte y medio dulzón, como de agua florida. Ahora nos alimentamos de piel” (16).

“El otro” nos presenta nuevamente a una figura femenina que engaña a su pareja L., al establecer una relación simbiótica con F. La protagonista es el reflejo y correlato de su amante “demasiado intelectual”; incomprendidos y contra el mundo externo, se fusionan en un mismo cuerpo, abozalados como caballos. El cuerpo del otro se describe de manera fragmentada, por partes, y al respecto encontramos una reflexión metaliteraria al interior del cuento, donde sigue predominando lo sensorial:

“Lo que no se puede soportar es que cada elemento aparezca separado, como un objeto en sí, pegado sobre un vidrio, abierto de repente sobre un ruido de ventosa o con la mudez de una masa sin peso” (23-24).

En el siguiente relato, “Los velorios empezaron después del doce”, hallamos una peculiar congregación de mujeres: Francisca, su hermana Zenobia y su madre Florinda, vieja brava que humilla a su marido. Aquí surge la intimidad del mundo femenino, vinculada a la vida doméstica y a la irracionalidad de las creencias y rituales religiosos. En esta misma línea, también “Las amigas” presenta un pacto entre mujeres (Elvira y Sara), pero desde la relación con un otro masculino (Manuel). El deseo guía a las figuras femeninas que, rompiendo con el “esquema del macho y la hembra”, dan libre paso a su goce (“el calor alcohólico que les subía desde las piernas”) mediante orgías y lesbianismo. En este caso, la contraparte del placer será una problematización del lenguaje:

“He podido armarles un rostro nuevo, diferente, pensó, pero la palabra rostro se le quedó pegada a la lengua, imbécil, elevada a categoría mística, a divino rostro del señor estampado sobre el paño religioso y culpable de la Verónica” (40-41).

El cuarto cuento, “Strudel de manzanas”, esboza el vínculo entre Elba y Julián. Ella es una prostituta que es considerada y descripta por Julián como un objeto, una adquisición. Detengámonos un momento en la particular descripción de estos personajes:

“Julián es desparejo, Elba es sensible a sus desproporciones y por momentos llega a darse cuenta de que necesita superficies más largas y agudas, no ese cilindro que a él también lo debe poner triste cuando gira bajo su cabeza y pone en movimiento su organicidad, sus nudos de dolor, sus arrebatos de alegría. Elba lo distribuye en zonas” (51-52).

Fragmentado y geométrico, atravesado por el deseo, Julián se ve signado por la vergüenza de su “disparidad”, pero frente a Elba, busca sentirse superior y pretende amansarla como a una yegua. Esta caracterización animal también es notoria en “El seicento”, prácticamente un monólogo sobre la configuración del universo doméstico y el trabajo sobre la apariencia femenina (en este caso, en una situación de abandono masculino): las “centauras”, como en una puesta en escena teatral, deben adornar su superficie, peinar sus crines de jabalí, para salir al mundo.

A pesar de su brevedad, Celebrar a la mujer como a una pascua presenta múltiples aristas que resultan complejas a la hora de la lectura, dejándonos en un estado de permanente perplejidad; como nos dice Mercado, “La imaginación a veces depara invisibles trampas y hay que estar preparado”.



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